Hacer trampas en todos los juegos habidos y por haber siempre fue mi perdición, uno de los pequeños placeres de la vida que se disfrutan a sorbos y no a bocanadas.
Hasta que el destino me llevó a percatar[me] mejor, a explorar/perderme en mis propios sucesos. ¿Y qué ocurrió? Que jugué con demasiadas tentaciones, maté a los gatos de la curiosidad, me perdí en laberintos y escapé de jaulas.
Conocí ese Miedo al que todos temen. Comprobé la sensación cuando las piernas, desobedientes tiemblan. Estaba sentando en un sillón rojo, de terciopelo.
- Te estaba esperando... - Voz versus sillón, a ver cual posee más terciopelo de los dos. Las puertas se cerraban y daba comienzo la guerra de mi Mundo contra el Miedo. Ahí, en ese preciso instante comprendí que las trampas en la vida no sirven más que para hacer llagas, es decir, herirte a ti misma/o. Lancé una vela hasta sus ojos y huí mientras se retorcía de dolor. Sabía que no iba a durar por mucho tiempo, así que tan rápido como mis pies me permitieron corrí y corrí, escapando sin hacer trampas. ¿O acaso esa era una trampa? Quién sabe.
Hasta toparme con la sensación que te muerde. Esa que hace tanto a hombres y mujeres débiles.
- Bienvenida... yo también te estaba esperando desde hace muchos más años que el inútil miedo.- Él, también estaba presente, quemado pero aún con vida. Apareció junto a mi piel de gallina.