Cuerpo ahogado de soledad huye de sus tinieblas para adentrarse en una escapada sin romanticismo hasta la cima más alta. Allí las estrellas poseen la belleza que en noches desde la ventana nunca veo. Un abrigo grisáceo arropa la piel que cubre mi interior; el interior al que teme la propia poseedora. Ni el miedo se atreve a acercarse por los rincones en los que me hallo. Una suave brisa levanta el pelo que un día tuvo vida, que causó sensaciones indescriptibles. Unos labios que jamás nadie rozó y unas manos que escriben, escriben y escriben...
Las horas surcan el reloj dormido en el hueso de la muñeca. Y el amanecer me da los buenos días con su deslumbrante nacimiento. El despertar de las libélulas, ya es la hora.
Cientos de libélulas, giran a mi alrededor como el viento, tornados, huracanes y demás fenómenos naturales.
Con sus alas de seda rozan mis mejillas y señalan el rumbo que tal vez debería seguir.
Quizá, cada día deba nacer de nuevo junto al amanecer y yacer cada noche junto al anochecer.
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