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domingo, 13 de marzo de 2011

Lluvia y sensaciones invernales.
Las gotas de lluvia resbalaban sobre el cristal y sobre mi rostro.
Sobre la madera llena de polillas de una casa gótica abandonada.
Siempre necesité encontrar casas abandonadas para encontrarme y ejercitar el músculo de la imaginación (un poco más si puede).
Subir escaleras rotas y escuchar el crujir de la madera bajo mis pies.
De pronto, ver la totalidad de la casa nueva, fantasmas infantiles corrían por los pasillos y un haya los regañaba constantemente. Finalmente, desvaneciéndose en el aire, apareció una niña mirándome fijamente a los ojos. Enarqué una ceja y un pómulo. Miré detrás, quizá había algo que yo no viera que ella estaría observando. Pero solo estábamos yo y la nada. De pronto hizo el mismo gesto que yo. Ese fantasma era mi infancia que avanzaba hacia mi dando tumbos que resonaban en las paredes. Me traspasó creando una punzada dentro de mi. Tragué saliva y la busqué escaleras arriba. Encontrándome en una cúpula hecha añicos. La ventana ofrecía vistas a la sangre que corría por tierra dando vida a un sauce llorón. Una brisa blanquecina se coló por un trozo de cristal y llevó mi vista hacia sí, para engatusarme y caer finalmente en un peluche roto. Un gato sucio y roto. Lo aferré entre mis manos y lo estudié.

De la ventana al gato y del gato a la ventana, para bajar las escaleras y ser esa infancia que nunca tuve.
Recuerdo a la luna que sonreía como el gato de Alicia en el País de las maravillas. Y me fui con esa sensación de que aún quedan muchas cosas por saber de mi. Muchas cosas por descubrir... muchas...