Anochece.
Una persona, tan solo una, vive en lo más alto de una colina. Ahí arriba dice sentir dos estaciones en su piel, tanto primavera como verano.
Aferrada a su blanca sábana, muerde el filo. A continuación, mira por la ventana, la cual separa su mundo del real.
Descalza y rápida huye sin su sábana, dejando al descubierto el elegante vuelo que produce su vestido de raso.
Después de apoderarse de su telescopio, vuelve hacia su ventana.
Fíjate en las estrellas. ¿Te imaginas que hubiera una para cada persona? Dicen que todos somos polvo de estrellas, pero yo no quiero mi estrella. Soy ambiciosa y deseo la luna.
En ocasiones soy como ella, tengo luz que irradia mi sol. Pero cuando este desaparece, solo soy un cuerpo, quizá celeste.
Que se esconde en su oscuridad, en la de su pensar. Lleno de lágrimas todo el cielo y envidio a las luces de la ciudad. Porque ellas brillan sin necesidad de un sol, aunque sé que hay muchas más lunas. Pero ninguna es como yo.
Despertó cual bola de nieve, enredada en su sábana blanca y con el filo aún entre los labios.
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