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miércoles, 12 de febrero de 2014

La casa del mar

Alzábanse las olas por los cristales de la casa del mar,
las gaviotas perdiendo plumas alejábanse de su hogar.
¿Qué hogar, mi fiel marinero? Si el mar no tiene dueño.
Su tempestad lejana recuerdase a un soñador sin sueño.
Ni  los preámbulos del sol durmiente capaces serían,
ni tan siquiera la Odisea y su canto de sirenas lo harían.
Pues bravo y vacío de sentimiento y de sentido, era,
necesitábase un alma que en su profundidad cupiera,
tan etérea que su luz interna incapaz se viera de alumbrar,
a barcos hundidos cual destino era una brújula de mar.

Precipitábase un marinero por las puerta del lar
un cuerpo quizá sin vida hundiéndose en los fines del mar.
No hay alma que valga la pena para salvar, pues escuchad
si os reviviría, devolviendo a tierra, mi nombre sería piedad.
Y carezco de tal nombre pues solo os siento sin vida
en el fondo de la mía, allá dónde poso mis pies y erguida
algunos dicen que soy imprescindible en vuestras vidas
y vosotros ¿qué sois? Acaso viviríais sin vuestras almas,
permitidme que lo dude, pues en ese caso ignoro presencia
porque queréis y osáis vivir con lujos sin la propia esencia.

Los pilares de la tierra tienen un fin al final de mi razón
y cada vez que el mundo os teme, me rompe el corazón,
pues acaso marinero ¿puede estar tu vida más hundida que yo?
y tú que buscabas tierra firme estando a mi merced, y yo 
te mostré que no toda la tierra firme se encuentra bajo tus pies.