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lunes, 13 de febrero de 2012

El cielo de la seda.


Fugaces las estrellas, procuraban huir del cielo, tan veloces que a un humano jamás concederán tiempo para pedir un deseo. 
Eran las tres de la madrugada, despierta surcó el suelo cálido de su dulce hogar. Observando tras su ventana la espléndida noche que el cielo exhibía. Respiró hondo y emitió un leve gruñido, aferrando su almohada y sosteniéndola sobre el piano. Con un sonido creado sin querer, las teclas susurraron, mientras ella se tumbaba encima de los sueños que hoy, como tantas otras noches no se deseaban dulces.
Pero en el interior de lo desconocido de su existencia, nacía una mariposa, la ilusión de unas horas, de una vida. A pesar de tener la piel melancólica y las pupilas lagrimosas, había una coartada para desvelar el crimen. Y si no actuaba precipitadamente la pillaría por sorpresa. 
Su casa estaba habitada por monstruos, aunque otra persona externa no los viera. Aguardaban el momento preciso para sucumbir a los encantos de su razón y crearle insaciables pesadillas. Trazó lazos con la luna que custodiaba sus pestañas con la gélida luz, tan sólidos que era su vía de escape. Donde solo su vida era la propia portadora del rumbo, era brújula en un espacio tiempo desconocido. 
El cielo de la seda era acogedor, dormía sus noches a la luz de la vela luna, que se consumía todos los días para volver a ser ella misma por las noches. Descansaba en los brazos de una nube, rodeada de sus pequeñas mariposas. 
El cielo de la seda es aquel lugar donde soñaba, con insomnio, sus sueños.