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viernes, 28 de marzo de 2014

El rostro del caminante sobre las nubes

¿Quién no ha visto las puertas del paraíso

Forja bañada en el color de cualquier metal precioso y precisando que, es el color no el metal, al fin y al cabo las lágrimas oxidan el corazón, por muy bañado en oro, por ejemplo, que esté.
El problema de la humanidad, es que los ojos ven humanos donde están las fauces del lobo. Y claro, abrimos el paraíso etéreo como presas inconscientes del acecho de un peligro cercano.
La humanidad es el error más humano jamás habido. Bandeja de plata para un corazón. "Siento como se me clavan mil miradas" ¿y sabes dónde lo hacen? En el pecho, porque he ahí la perdición.
Un día gris perla, no como otro cualquiera, tuve el valor de mirar hacia dolor reciente, acostumbro a cambiar el pasado por dolor y así me va, y vi que me había cerrado las puertas del paraíso y casualmente, creía mi corazón, que se habían olvidado de meterme. Insensato. En efecto, olvidé no tirar la llave al vacío por si algún día se me antojaba echar un vistazo al polvo depositado en mi antigüedad. En efecto, olvidé cruzar la puerta antes de que sería tan tarde que el arrepentimiento sería capaz de ser insomnio de madrugada. En abrigo tan irónicamente azul como el cielo, guardé mis manos, pues la ausencia de un corazón es la sensación del concepto "gélido". Me vacié por miedo al día de mañana. Porque soy así, predije que ese día conllevaría tormenta y hoy es el cielo gris.

Entonces fui caminante, el mismo que Friedrich creó de carne y hueso en trazos de pincel, y como del Romanticismo en su esplendor, soy un mero sentimiento exaltado dejándose llevar por lo que depararán las nubes, pero que la humanidad crea que no tengo corazón y que sea un secreto entre mi paraíso y yo. Y todo esto en una sociedad en putrefacción.

Tiré la llave, olvidé cruzar la puerta, pero siempre supe que aún vacía alguien podía morderme el corazón