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viernes, 7 de marzo de 2014

Instrucciones conciliar el sueño

Paso número 1:

- Déjate llevar.

OSCURIDAD

Miraba el tragaluz, acostada en la cama y cuánto más miraba el cielo tras el cristal, más temía que se cayera. Cualquiera dudaría de la cordura que no me acompaña, pero yo realmente lo he creído. Cuántas veces he creído en algo que ni yo misma creería si probablemente fuera tan normal de no pensar en nada. Pero me hice así, un poco más grande que la medida de la vida, por si algún día ésta quería ahogarme ser capaz de saber nadar.
Esta madrugada abrí los ojos en un mundo con una tonalidad grisácea, no estaba segura de si esta era la realidad pero como nunca estoy segura de ello, caminé. Dejé la cama tras de mi, y me volví, pues juraría haberme visto acostada.
Vivo en un lugar donde la madera ruge, pero estoy sola. Aunque oiga pasos, sé que no es más que el viento que juega, o eso me obligaron a creer de pequeña para poder conciliar el sueño. Bajé las escaleras, mientras mi mano se deslizaba por la barandilla, era algo que me tranquilizaba por dentro, una costumbre que con el tiempo se había hecho una manía agradable. Una brisa heladora me retuvo antes de bajar el último peldaño, y algo se aproximó a mi nuca. Me quedé paralizada por la incertidumbre, giré lentamente la cabeza y no vi absolutamente nada que no hubiera visto antes, mi hogar. Me acaricié la frente, cerré los ojos y coloqué el pelo detrás de la oreja, acto seguido deshice la acción. Fui a la cocina, a beber un vaso de agua, quizá aún seguía adormilada, un buen vaso de agua fría me devolvería a mi ser. Me pasaría la vida escuchando el sonido del agua contra el cristal, era la armonía que incluso podía imaginar barcos surcando los océanos, sirenas cantando y monstruos marinos jamás vistos, el agua se deslizaba por mi garganta cuando de pronto el peso de una mano me apretó con fiereza. El cristal se hizo mil pedazos en el suelo y por un momento no sentí ni que mi piel era mía, quería concentrarme por oír, por saber, pero sólo se escuchaba mi corazón haciendo eco en cada rincón. Las manos me temblaban y no sabía cómo reaccionar, no sabía ni qué pensar. Me quedé quieta y seguro que  mi palidez era la que iluminaba allí donde me encontraba, tenía tanto miedo a la ignorancia de lo qué ocurría que no moví un músculo. Entonces de reojo, vi a alguien en el espejo, quieta. Un sudor frío comenzó a punzar cada vértebra y mi respiración apenas existía, estaba cerca del pánico. Giré la cabeza, otra vez, y me acerqué al espejo, con sigilo, creo que me transformé en gato. Era un gato. Había alguien en el espejo. Entonces me puse enfrente de él, me miré el rostro y busqué mis ojos. Empecé a jadear, no tenía ojos, empecé a no poder respirar. ¿Cómo puedo verme y no ver mis ojos? ¡¿CÓMO?! Entonces las oscuridad tendió las manos, grité tan algo que el cielo se cayó, rompiendo todas las ventanas, todas las puertas, toda la casa. El espejo me cortó la garganta, las mejillas y la zona de las costillas y huí como un animal que sabe que su muerte esta en las manos del cazador. Era presa del pánico.
Subí corriendo a mi habitación mientras las escaleras caían tras de mi. Se ha caído el cielo. Cerré la puerta y esta se quebró, la miré sin ver nada y alguien llamó a la puerta, sin voz alguna. Me arrinconé contra la pared, y vi un cadáver en mi cama. No podía gritar, no podía sentir, no podía saber qué era dolor porque no sentía. Tampoco sabía qué hacer, porque no era yo. Pero el cadáver era nítido, el cadáver era lo único que veía, porque era yo. Yo era yo y el cadáver era yo, entonces la cordura acabó transformándose en supervivencia y en el monstruo que habitaba en mi. Sería capaz de arrancar el corazón a aquel que intentara acabar con mi vida, ¿pero qué demonios me pasaba? ¿cómo era capaz de ser así? ¿quién era yo? y ¿quién era él? Apreté mi cadáver, lo zarandeé pero mis manos no tocaban porque era como si fuese etérea.
Entonces la oscuridad alzó sus brazos, me retuvo en su pecho y después de verme muerta, comprendí. No había vivido nada de lo ocurrido, o no en la vida real. Era sonámbula con el don de verme dormida y pensar que estaba muerta. Pero hubo algo que jamás se me olvidará, pues la oscuridad me tendió los ojos, porque realmente no había visto nada, porque todo estaba en mi mente y no hay mayor temor que lo que se esconde dentro de nosotros.