Seguidores

sábado, 10 de mayo de 2014

La no poesía

Hablaba una vez un piano en la orilla del mar y yo lo miraba como quien mira al horizonte y nunca tiene la certeza de dónde acaba. Yo me estremecía en cada nota, yo sentía sin querer. Y él me consumía entre sus cuerdas, se enredaba en mi voz y era capaz de sacarme las palabras más bellas. Él me hacía revelar mi secreto a la humanidad, y yo no quería pero mis pestañas se dejaban llevar. Susurraba el viento y la arena se posaba en mi, acariciábame la roca que un día fue. Y por mi parte, sentía la semejanza en lo más hondo de mis pulmones, querría explicarme con ligera certeza, pues no es ahí, es justo dónde eres capaz de detener el mecanismo tan complejo de un reloj, justo ahí. Me oprimía el pecho y algo así. De las rocas a mi y el tiempo siempre aquí, de lo que soy a lo que un día fui y qué sencillez tan falsa recordar un pasado tan reciente. Pero ya no duele, o tal vez sí. Creo que un día fui roca, y aquí me convertí, tras tiempo en arena, y fui a parar al horizonte, dónde antes dije que no sabía dónde acababa. Estaré perdida y sabré que lo estoy, porque lo sé, pero el dónde aún es mi duda constante. El piano silenció, y mis pensamientos por un momento también. Y por una vez no pensé en nada pero fue tan efímero que no recuerdo pensarlo y volverlo a sentir. Pero volvió a hablar el piano y abracé mis rodillas con miedo a que sin mi echaran a bailar. Lloró entonces el cielo cristal y no pude conmigo misma y me dejé llevar. Gota a gota, nota a nota, una bailarina torpe en la orilla del mar. El pelo empapado, los pies agrietados, las manos arrugadas, y la sonrisa sin razones ni motivos o quizá sí. La cordura daba volteretas con mi torpeza, hasta cuando paré no supe ningún por qué. Por qué hago y por qué dejo de hacer, y soy. Soy un reloj que el día menos pensado descubre un nuevo mecanismo y se conoce un poco mejor, soy la locura y la cordura que se conocen entre sí y saben un poco más de cada una. Soy. Humana porque la humanidad lo decidió así. Tan lejana como quién mira el mar, tan arena que vive en el mar. Fría como estar a bajo cero y aún así siento. Por favor, que no cese el piano de hablar. Y cesó. Ya no hay piano ya no hay lluvia, nunca hubo ambos dos. Nunca son sin. Y dejarlo así, sin acabar, porque la vida es una poesía ina...

Y no fue piano sin pianista y nunca fue lluvia sin mi.