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martes, 29 de julio de 2014

De la primera a la última espina

Nunca tuve el placer de conocerme como pez,
y heme aquí, en el océano de un naufragio en calma.
Hasta al soñar con mi océano sueño, y por qué.
Y un día escribí.
Era tan humana como la estupidez, y noté
que con delicadeza algo crecía dentro de mi,
que con delicadeza yo (re)nacía entre mil espinas.
Me ahogaba la ciudad y el humo del gentío,
me ahogaba en mi propio hogar, pero no era más
que una mera equivocación de un mero ignorante,
este, era yo.
En primera persona, viviendo en tercera, y muriendo
en una persona que ni tan siquiera es tal.
Yo vivía de las letras, de mis letras y de las de otro cualquiera
y poco a poco, me iba haciendo poesía.
Al son de un piano que nunca existió, que en sus días grises
tenía voz de violín, yo escribía y encharcaba mi razón.
Consumía el humo y vivía, vivía tanto que no había corazón.
El mar a mi son, respirando porque vivo yo, de mis pulmones
hasta que no.
Y a mi alrededor desapareció la avaricia humana, y rocé
con las puntas de los pies lo que un día fue roca.
Yo ya no era humana, el mar lamía mis entrañas, mi.
Mi piel ya no era, ahora era escama, yo ya no era, 
ahora no era nada.
Soy de mi primera a mi última espina, soy un pez perdido
en un océano en calma, que conoce el camino de regreso.
¿Y qué regreso?

Sólo sé que tiene nombre de hombre y cuando me ama
no puedo resistirme a besar lentamente el anzuelo.