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jueves, 11 de noviembre de 2010

"Eros y Psique"

En una ciudad de Grecia era un día gris.

Tuve la sensación de que todo se iba a tornar en la gama del cielo. Pero aún quedaba esa esperanza que nunca espera, susurraba que todo iba a ir bien.

Dos hermanas por parte de Padre y Madre, Rey y Reina. Las cuales hermosas, pero desgraciadamente mi belleza resaltaba ante ellas.

Los mortales decidieron tentar mi destino, arrancar las agujas del reloj; por mi parte, saborear la furia de la propia Venus.

Sus comparaciones sobre mi superioridad ante ella le hicieron enfurecer, no tengo culpa de la estupidez humana, aún así, cargaré con el saco de piedras que tengo en la espalda por culpa.

Mordí mis labios y apreté los puños. ¿De qué servía? Absolutamente de nada. La túnica que cubría mi piel se volvió roja y empezaba a no poder respirar.

Ésta, envió a su hijo Eros, a mi alma mortal.

"Haz que Psique muera de amor por el más horrendo de los monstruos" le encargó. Tras la orden, se sumergió en el mar con sus nereides y delfines.

Odié mi propia vida y belleza, pero ¿qué puedo hacer ante la vida que sin querer, estoy condenada a vivir?

Las pestañas caídas y los dedos entrelazados, muchas preguntas y pocas respuestas. Mis hermanas se habían casado, sin embargo ningún jóven o incluso viejo se había dignado a pedir mi mano.

Tras el oráculo, mis padres decidieron condenarme por sus predicciones.

"A lo más alto -contestó- la llevarás del monte, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Júpiter". La frustración de mis padres hizo que su corazón se helara. El abismal destino de su hija en sus pupilas.

Les vi abrazados, gimoteando por mí. Y para huir del laberinto, subí hacia el monte. Con los ojos lagrimosos y punzadas en el pecho. Con temor y decisión, fatídica mezcla.

El cortejo nupcial (aunque muy a mi pesar, fúnebre ) abandonó el lugar en el que palidecía lentamente. Cerré los ojos de temor. Mientras, el viento con delicadeza, posó mi cuerpo sobre una pradera cuajada en flor.

Creí desmayarme, pero realmente adormecí mis párpados. Volví al mundo frotándome la cabeza, junto a una fuente y mas allá un palacio.

Sus puertas se abrieron a mis pies, boquiabierta, di un paso hacia adelante. Unas voces dulces, me invitaron a una apetitosa comida en palacio, digna de reyes y no una despreciada por los Dioses como yo.

El cielo oscureció dando paso a la noche lúgubre. Y me indicaron que debía acostarme en un lecho. Mientras dormía, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Supe que

en ese momento, mi desconocido marido había llegado para soñar conmigo.

Me hizo suya. Y al amanecer, abandonó palacio.

Los días huian y con ellos, mi soledad. Mi marido dijo unas palabras antes de irse tras las noches de placer.

-Psique, tus hermanas querrán perderte y acabar con nuestra dicha.

-Mas añoro mucho su compañía dijo ella entre sollozos. Te amo apasionadamente, pero querría ver de nuevo a los de mi sangre -contesté-.

- Sea-. Esa fue su última palabra.

Al amanecer, su calor se fue de mi cuerpo. Y más tarde, mis hermanas llegaron a palacio. Su envidia me preguntó por mi marido. Y me atreví a mentir sobre lo desconocido, apuesto,jóven...

Para cerrar sus bocas las ahogué en joyas. Las despedí y partieron antes del anochecer (por fortuna).

Volví a pedir a mi marido que trajera de nuevo a mi sangre, mis hermanas. Deseaba compartir con ellas mi alegría, darlas envidia quizá. Él rezongó, estuvo a punto de negarse ante mi petición, pero realmente, sucumbió a mis súplicas.

Al día siguiente, me asfixiaron a besos y felicitaciones. Pero no contentas, volvieron a preguntar por él.

-Está de viaje, es un rico mercader, y a pesar de su avanzada edad...- sonrojé- Lo poco que conozco de él, es su dulce voz, la humedad de sus besos y su compañía cada noche...

Por su parte de cizañeras, repondieron:

-Tiene que ser un monstruo,la serpiente de la que nos han hablad.- Dijeron con horror.

-Has de hacer, Psique, lo que te digamos o acabará por devorarte.- Cómo una ingenua, asentí. Agachando la cabeza.

-Cuando esté dormido, dijeron las hermanas, coge una lámpara y este cuchillo y córtale la cabeza.-Me convencieron.

Al partir, me dejaron en un mar de dudas. De miedo y no saber qué hacer...quería hacerlo, pero mi promesa me consumía por dentro. Apartaba de mi las sábanas, al anochecer. Recogí la vela y el cuchillo bajo la cama y de una vez por todas, alumbré su rostro. "Oh, Dios...". Era el propio Eros quién compartía mis noches y mi vida. Una unión de mortalidad e inmortalidad. Una gota de aceite cayó sobre su hombro. Sobresaltado y disgustado por mi desconfianza, se desprendió de mis brazos. Dando tumbos, giró su cuerpo para decir a mis sollozos:

-Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre Venus desposándote. Me ordenó que te venciera de amor por el más miserable de los hombres, y aquí me ves. No pude yo resistirme a tu hermosura. Y te amé... Que te amé, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme.- Se fue...para siempre.

Ante mi desgracia, vagué por el mundo en busca de recuperar mi condena. Lo que tanto temí en un principio y en estos momentos, mi mayor deseo. Pero la cólera, la envidia y el odio de Venus seguía mis espaldas. Menospreció mi embarazo y castigó mi cara con la palma de sus manos. No satisfecha, me encerró con sus sirvientas, Soledad y Tristeza.

Me sometió a varias pruebas, pero bien sabíamos que eran una trampa para caer en mi propio fracaso. Superé cada prueba con ayuda de la Sabia Naturaleza, pero cada final de una prueba, era un principio para otro aún peor. La última, me hizo bajar a los infiernos. En busca de una cajita que contenía la hermosura divina. De regreso, abrí la caja para obtener un poco de ella. Sin embargo, un sueño me sacudió. Y de no ser por él, Cupido, en estos momentos...estaría muerta. Pero él y su amor acudieron a mi despertar.

-Lleva rápidamente la cajita a mi madre, que yo intentaré arreglarlo todo.- Dijo mientras alzaba el vuelo.

Llegó hasta los Dioses. Y Zeus, nos perdonó la vida dejándonos vivir en paz. Su mensajero, Hermes, me raptó para llevarme al Cielo, dónde allí sería inmortal junto a él.

La vida inmortal me sonreía, mientras que la mortal despedía alegremente mi cuerpo. Tuvimos una hija, a la que llamamos Voluptuosidad.