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martes, 9 de septiembre de 2014

En el sillón.
A las 17, era la  hora del té y había una taza a los pies , de un oso tuerto, una muñeca despeinada y el amigo imaginario -que está a tus pies, en tu cabeza y en el pecho, dónde tú quieras cuando más lo necesites-.
En el sillón mudo, pero no sordo.
La exquisita madurez, un día nos despertamos con más tetas y menos inteligencia, y nos enamoramos.
Y no a las 17, pero sí a los 17 años no sabemos amar ni ser amados. Y cada desdicha te comprende, -como también sueñas con la felicidad de otro- cada canción baila tus lágrimas, eres jodidamente débil porque sólo eres un sentimiento enlatado en las costillas.
Ahora, es la hora del té, en la que te sientas en el sillón con una taza que caliente tus frías manos, -porque hace frío aunque la calle diga 30ºC- y qué hacemos con el verbo amar para que nos acompañe en todos sus tiempos, y ¿con el  amor? O mejor aún -cómo lo hacemos-

Es fácil escribir sobre amor, pero nadie tiene la certeza de a qué está escribiendo, aún así coincidimos en algo, en que tarde o temprano duele.
A -15ºC siéntate aquí conmigo hasta que nos duela.