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viernes, 3 de agosto de 2012

El tren de los poetas muertos: Lluvia intrínseca.

EPITAFIO: A mi querido Invierno.


Siempre me ha tranquilizado el repiqueteo de la lluvia en el cristal pero hoy, en uno de mis días grises, también llueve en mi. Mi lluvia interna llega desde mis pestañas hasta las entrañas de la madera del suelo, arañando mi corazón, quizá tengo, solo sé que lo siento. 
Cojo bocanadas de oxígeno, mis pulmones argumentan que no es suficiente, ni tan siquiera todo el oxígeno del mundo sería capaz de abastecerlos. Y mientras, sufro sus consecuencias intentando ser consciente. Abrazo un cálido jersey de lana gris, tan cálido antaño y ahora, justamente ahora, se me antoja gélido y sobrecogedor.


En la parada de tren de los poetas muertos, donde van los versos que nunca llegaron a sus destinos. Donde el alma abre las alas de tinta y surca los cielos del olvido.


Siento unas manos frías rodeando mi cuello, ahogando mis palabras y debilitando las pocas fuerzas que mantengo en pie. Las agujas del reloj se desprenden de su mecánica haciéndose añicos en el suelo; ya no hay tiempo que valga cuando no hay nada que perder, y mucho menos por lo que luchar. 
Pero siempre la esperanza nos sonsaca una sonrisa, leve. Y esos malditos "quizás" atormentan nuestras pequeñas ilusiones llevándonos a extremos, claramente opuestos. 


En la parada de tren de los poetas muertos, donde querer y odiar son opuestos. Donde son iguales, como sentimientos. 


Duerme el corazón en mi pecho, esperando, con paciencia, gritar aquello que lleva dentro. Cosiendo y descosiendo sus labios en noches cuando solo le escucho yo. Me estremezco entre mis brazos, al son de la lluvia. Iluminada únicamente por la luna temiendo la oscuridad. 
Y quizá, solo quizá mi Invierno se cuele por un resquicio congelándote eternamente.


En la parada de tren de los poetas muertos, donde todos, nunca dejaron de ser personas.