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martes, 8 de noviembre de 2011

Huí por los adoquines de las oscuras calles de Tarbean.
Pero llegué a un resquicio de conclusión, si quería alcanzar la luna debería surcar las alturas.
Subí a un tejado y recordé, que un gato, jamás será con botas, por ello puse mis pies descalzos entre las tejas y sentí la humedad de las mismas cerniéndose por la piel. Deambulé por los tejados hasta que decidí sentarme al borde de uno; contemplar desde privilegiada perspectiva esa palidez grisácea, aquella belleza que no es de este mundo. Y recordé a quién le otorgué la dichosa palabra (al contrario que la luna, juro que era de este mundo, aunque en ocasiones lo dudara).
Dicen las lenguas que las sardinas son buenas para el corazón... tal acusación debería ser digna de una retractación. Pero nadie vendrá con las manos puras a arrebatar cada espina del maldito corazón. Existen seres peores que las ratas, estas temen mi presencia por ello se escurren entre las mugrientas alcantarillas de los callejones olvidados y esos seres, los peores, esperan una pizca de debilidad para acariciarme los hombros, con una sola mano; la otra esta ocupada por la presencia afilada de la daga.

El pelo cruza mis ojos (tan rojizo como siempre), me distrae un momento de la razón. Pero ágil como sé que y quién soy, lo retiro para proseguir...

Solo dejaré que sonsaque mis espinas quién las clavó, llamadme lo que queráis. Pues mis oídos usarán el ignorar. Sé que es ella, mi luna, la belleza de este mundo que a veces dudo.
Aquí te espero, en la cima del tejado y corazón, esperando la débil salvación.