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viernes, 11 de noviembre de 2011

Labyrinth lullaby

Un atardecer lluvioso y más gélido que el anterior.
Escucho voces, exactamente podría arriesgarme a describir el sonido de esa voz en especial.
Es una niña, tarareando una nana, pero no consigo adivinar el nombre, ni si quiera la melodía me hace recordar.
La lluvia repiquetea mi cristal por un momento y aún creo estar en mi castillo, encima de las nubes, cruzas la puerta de cristal, al fondo, al fondo, al fondo... y justo ahí. Cuando atisbes el final de la imaginación. Siento recordarte y decepcionarte de la inexistencia del fin. Tornan los espejos, dando en su reflejo un laberinto. Y estoy más perdida que la última vez que me encontré.
Creo en la sensación de que su voz es mi salida, pero dudo de una vil trampa causada por lo que algunos llaman "estupidez humana" (una persona en concreto, definió sus no límites).
Y ahora es el momento de carne y hueso en el que digo:
- Quizá sea una trampa seguir su voz.
- O quizá la trampa sea no seguirla.

Lo peor, es que no se presenten la espada y la pared, sean vida o muerte. Un duelo en el que no existe más arma blanca que aquello que sostiene tu cuello. Estoy segura de que una vez lo que mis manos crearon, son capaces de destruirlo. Mi tercera opción o alternativa, llámala como desees. A esto en concreto lo llamaríais Cobardía yo le denomino "salvar el pescuezo".
Una vez acabada la destrucción, regresa el cuerpo a Gea. Y allí, aquí, mis pies pisan sobre firme, aunque en ocasiones dude de tal frase hecha.
Un té cálido un contraste entre mis frías manos. Pestañas que vuelan en un abrir y cerrar de ojos. Oh, dulce realidad.