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lunes, 5 de marzo de 2012

La lluvia del libre soñador:

Creí que para ser un soñador bastaba con cerrar los ojos y escuchar el repiqueteo de la lluvia en el cristal... me equivoqué, como tantas otras veces. Aunque ser un soñador  no implica cumplir la totalidad de tus sueños. ¿Entonces soy un soñador que sueña despierto sin objetivos? Descansada sobre la piedra fría, pensando en un quizá o un tal vez, en algo que jamás se realizará, pero por lo menos puedo engañarme a mi misma y dejar a mi consciente en la más dulce tranquilidad. Puedo oír tu voz, un hilo casi inaudible de ella, intentando sacarme de contradictoria felicidad, más tarde tu mano se aferra a la mía y despierto, dígase que despierto. La sensación es como desvelarse tras años de sueño, voces lejanas, visión distorsionada, labios entreabiertos... para ser exactos, hay que vivir para sentir. 


Mi carta de propósitos para los próximos segundos es no mirarte a los ojos, evadirme de ti. Pero solo sé aferrar mis piernas y de reojo, observar tu nívea piel y ojos cristalinos. No llorar, primer propósito frustrado, no puedo eludir lo que sale de mi sin mi permiso, sí muchachos, así somos, incapaces de dominarnos íntegramente. Parece una teoría estúpida el ser persona y el ser nosotros mismos, porque en ocasiones ¿quién nos controla?, ¿qué o quién hace lo que no deseo por nada del mundo? ¿quién osa desobedecer mis órdenes y se esconde dentro de mi? 


Tengo frío y el agua fluye por mis mejillas, pero soy lo suficientemente rápida y fuerte como para arrebatarme mis propias lágrimas sabiendo que las has visto y huir, huir quizá por el distrito de La Cobardía, por uno de sus caminos que toman los fuertes pusilánimes. Y con los labios resquebrajados, abrazo lo poco que queda de mi y de tus recuerdos por mi piel. Llegando al dulce hogar de la insensata locura, donde puedes ser feliz, o por lo menos creértelo. Caer lentamente desde la pared hasta el suelo, dejando caer la cabeza hasta los pies.