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sábado, 3 de marzo de 2012

La vida del violinista sordo de La Nouvelle-Orléans:

Diario de 1718

Hoy era un día gris, como sus días de aventurero trotamundos. Vagando por un mundo de guerras y hambrunas, muerto en soledad y vivo entre los muertos. Respiraba el hedor de la conquista, de la mano de su estuche de violín, su único viaje a la liberación, aferrado con fuerza. Cerraba sus párpados nostálgicos aspirando a volver tiempo atrás, a darle la vuelta al reloj de arena inamovible. Quizá, si no fuera sordo, escucharía los gritos desgarradores de los adoquines, para su fortuna, no escuchaba más que sus propios pensamientos; aunque estos asfixiaran a la razón.
En su corazón sentía la presión del pájaro que vuela lejos de su nido, del pez perdido en el océano, de árbol que no posee raíces por una serie de porqués. Había dejado su vida, como si cambiarse de ropa se tratara, tan sencillo como el capricho del presente a decidirse por sí solo sin previo aviso.
Sentado en tierra hostil, abrió el anterior llamado "viaje a la liberación", la escapatoria del pánico. Gracias a su preciado violín, tenía esperanzas. E incluso se sustentaba en que "es lo último que se pierde", solo bastaba encontrarla para saber que tarde o temprano se perdería sin ti. Y su búsqueda te llevaría a la insana locura. Arqueó su cuello para que el violín descansara entre si y sus dedos. Dulce, grandioso e inverosímil para los oídos de un sordo compositor. El telón de sus ojos estaba cerrado, mientras que el espectáculo itinerante daba paso al "Damas y caballeros", entre tanta destrucción. Cientos de ojos se clavaron en las yemas de sus dedos, en su oscilación precisa.
En vez de sentir la música a flor de piel, era la piel de la flor, llevándola consigo como si de un corazón se tratase. Comprendidos, los humanos sentían el pesimismo de las notas del violín. Entre lágrimas y sollozos, el público fue en aumento y las personas se abrieron, dejando que salieran sus almas. Las nubes eran conscientes de que no podían reprimir la lluvia, empapando los labios del violinista, de las almas y de los humanos. Por un instante se detuvo, aún sin abrir los ojos. Cuando lo hizo, se asustó al ver a tantas personas, ansiosas de sus embelesamientos melódicos.


En ocasiones, no hacen falta las palabras, cuando una persona abre su cuerpo para dar a conocer su alma, solo has de sentirla. Siente el alma y conocerás a la persona.
En cuanto al violinista sordo que nunca se dará a conocer en alma, escucha su música, su llanto...


"La piel de la flor"