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sábado, 15 de septiembre de 2012

Un rapsoda en mi corazón:

Carta de Sarah:

Un día el destino llamó a mi puerta, despertándome de mi ceguera, gritándome que vivo muerta. Arrebató las sábanas y me hizo tropezar con la ciudad, era fría y gris. Dormía mientras mi cuerpo vagaba por las calles y mis brazos intentaban protegerme del futuro rodeando mi cintura. La ciudad cesó de su ajetreo nocturno, olvidándose de un búho sin plumas en sus entrañas. Un ser asustado de lo que debería ser rutina, con los ojos abiertos por si acaso los gatos deciden atacar. No puedo volar, no siento la vida y sin ella no puedo surcar el cielo azul oscuro casi negro. Hay algo que no sabía, hasta que recuerdas que todos los caminos van a romA (lee el vocablo al revés). Y un dicho sustancial aprieta el corazón, que si esta no lo sabía y si le he visto no me acuerdo. Y que mejor lugar para comprobar su existencia que poner los pies sobre tu jaula, por equivocación mía no del irrefutable destino, el cual si no tiene razón la busca. Alzaste la mirada y sin querer, te enamoraste.

Alzo mis alas en mi cielo, lleno de nubes, en las que duermo y sueño en tu presencia, entre tus brazos. Sintiendo el calor de la única persona a la que di mi corazón y la palabra que hasta entonces no conocía, amor. 
Eres mi vida y lo sé cuando imagino mi mundo sin ti y apareces tú. Tu jaula es preciosa, aprieta mi mano y vuela conmigo hasta el zenit. Soy la lluvia que besas mientras llueve y la chica que te conmueve. Soy quien tu quieras mientras sea contigo, mi amor.


Carta de Andrés:

- Abre los ojos.

Con voz enfáticamente imperativa, la marea marítima me sacó de mi amargo letargo.
Abrazado a la razón, para no perder el juicio, me asomaba a ventanas de rascacielos a expensas de mi propia autodestrucción, hasta que escuché la llamada de algo tremendamente irracional.

Aun ahora, algo sumamente tétrico recorre mis venas cuando mi raciocinio cumple su trabajo y me hace... imaginar.
Pero supe que, a riesgo de los riegos, era el único sendero correcto, el camino a seguir hacia la eudaimonía.

Y, aunque eso suponga aclimatarse en lo absurdo, es lo más lógico que yo he sentido nunca.

¿Qué hombre, en detrimento de sus sueños, osa entregar su cuerpo a la merced del océano?, ¿qué ser inteligente se adentra en la inmensidad pseudoinfinita del mar a cuerpo desnudo? ¿Un loco?, ¿algún iluminado?, ¿un desgraciado enamorado?

Nadie imagina que seguirá vivo mucho después de realizar esa acción, pero tres años después, sigue siendo la mejor opción que he tomado nunca.

Tras tres años nadando, no noto cansancio, no sufro de hipotermia, nada me ahoga y no encuentro el final de esta fantástica aventura.
El mar ha impermeabilizado mi alma con sus cálidos brazos, duermo flotando sobre sus tranquilas aguas y lo mejor de todo es que, cuando despierto, veo sus ojos, y su reflejo se aposenta en los míos, creando una espiral infinita de utopías. Solo con una mirada.

Entonces abres los ojos, y tras divagar en el inconsciente y darte cuenta de que el paraíso solo es algo que se refleja en el agua, relajas tus músculos y sigues narrando esta alegoría literal.

  • Y como ya dije en otra ocasión: "Antes de que un humilde y sincero sentimiento haya entonado su requiem, lo hará su dueño, pues no conoce de sentimientos más allá del primero". Y esta vez, sí despiertas.