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domingo, 29 de enero de 2012

Insignificante: Pequeño, sin importancia, despreciable.


En el corazón de Canadá se encuentra una insignificancia, cuantas veces nos habremos comparado con la cabeza de un alfiler frente al mundo, aún más insignificante, casi inexistente. 
Solo sabía que estaba ahí por el eco de los latidos del corazón en las paredes, miraba el horizonte, el lago Louise para ser exactos. 
Buscaba esa paz que para encontrarlo los humanos crean guerras, que luego les ponen nombres que harán historia. Y en su cabeza, gritaba: 


- ¿Por qué hacemos todo lo contrario para conseguir lo que deseamos? ¿qué sentido tiene?- Preguntaba. Lástima que nadie pudiera escuchar sus labios rojizos, exceptuando algún filósofo echo polvo tras ser enterrado por el paso de los años y las catástrofes, como no. 
Esta pequeña mota de ojos pardos, escudriñaba las esquinas de su casa, pensando perderse, en ocasiones no sabía donde estaba. 


Su sueño despertaba por las noches, empujándola a posar los pies sobre el frío suelo y no reconocía su propia habitación, acariciando las paredes y no encontrando absolutamente ningún interruptor para luz. ¿Por qué viajamos sin quererlo al pasado, cuando las cosas eran de otra forma, por qué viajamos para perdernos? Se preguntaba cada vez que se perdía en su propia jaula de pocos metros cuadrados. Siempre optaba por regresar a la cama y volar, allá donde los sueños se hacen realidad, o por lo menos así lo crees, ya que nunca te preguntas soñando: ¿Qué hago soñando esto si la realidad no tiene ni pizca de similitud? Digamos que somos conformistas o vagos, quizá sea mitad y mitad. 


Porque iba a escribir en mi diario de temas absurdos si lo que me ronda en mente es la perdición, en todos sus sentidos, claro esta. Siempre perdiéndome para volverme a encontrar y siempre buscándome aunque sepa que realmente estoy perdida. Viviré conmigo misma de por vida, por ello he de conformarme, que palabra tan vaga.