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miércoles, 25 de enero de 2012


Tan sencillo como cerrar los ojos, respirar ese olor a té recién sacado de la tetera y recordar viejos tiempos con un cuadro de juventud entre manos.
Puedo presumir de haber conocido a la mujer más hermosa, con los labios rojos y los ojos marrones con un haz azul. Apasionada por antigüedades, que escribía día tras día en su diario de cuero oscuro y en todas sus páginas no deja de nombrar a su hija, por es quien la acompaña en cada letra. Sentándose a su vera y solo escuchando, siendo fría pero sintiendo algo especial por su madre, tanto que daría la vida por ella. 
Esa mujer, probó la fuente de la eterna juventud, ya que no envejece con el paso del tiempo, sigue siendo bella y sin arrugas, digna de admirar. Su sonrisa brilla con o sin luz.
Su gran debilidad es la cultura japonesa, sus jardines, casas, ríos, pureza y meditación. Sería su sitio predilecto en una larga lista de viajes. Ella y su meditación, es agua, agua pura y transparente. 
Desgraciadamente aún me ronda su diálogo con mi persona: 
- ¿Enserio creías que era guapa?...
- Sin dudarlo, mírate, mira que ojos, que pelo, que pestañas, que cara tan dulce... ¡mírate!


Mi madre nunca escuchará de mi boca lo que siento por ella, soy así, lo ve con el tiempo. Y morirá sabiendo todo y más de lo que sentí por ella.